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LA COMUNIDAD DE SANT’EGIDIO

La Comunidad de Sant’Egidio nació en Roma en 1968, por iniciativa de un joven que tenía entonces menos de veinte años, Andrea Riccardi. Comenzó reuniendo a un grupo de…

 La oración es el corazón de la vida de la Comunidad y es su primera obra que se realiza en diferentes lugares de la ciudad. Vive su servicio a los pobres como una amistad caracterizada por la gratuidad y la fidelidad. Niños, jóvenes, ancianos, presos, inmigrantes, discapacitados son algunos de sus servicios. En un mundo global como el nuestro resulta fundamental el diálogo. Por eso, la Comunidad desde hace algunos años lleva adelante un importante trabajo de ecumenismo con las demás confesiones cristianas y de diálogo interreligioso con las diferentes religiones. En algunas zonas del mundo, la Comunidad ha visto grandes pobrezas, sobre todo la guerra, madre de todas las pobrezas. Comprendió que los cristianos tienen una gran fuerza de paz. Así, la Comunidad ha colaborado como mediadora en diferentes conflictos para encontrar una salida de diálogo. Mozambique, Guatemala, Burundi. Actualmente lleva adelante negociaciones en Senegal y la República Centroafricana. La lucha contra el SIDA en África y contra la pena de muerte son otros esfuerzos por hacer de este mundo un lugar más justo y fraterno. 

Durante el mes de agosto, la Comunidad de San Egidio en Bogotá realizará actividades académicas en diversas universidades de la capital para intercambiar ideas sobre la novedad que representa para la Iglesia y para la sociedad en general, el pontificado del papa Francisco. Especialmente en el tema relacionado a los pobres, que desde el inicio les ha colocado en un lugar preferencial, y cómo a partir de ellos construir una sociedad más justa. 

Fernando Escobar. Miembro de la Comunidad de San Egidio. Ha realizado estudios de Derecho en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” en San Salvador, en dicha ciudad se involucró a la vida de la Comunidad a través de las escuelas de la paz, un servicio con niños y adolescentes que se realiza en barrios periféricos de la capital salvadoreña marcados por la violencia. Actualmente es seminarista de dicha 

Comunidad y cursa estudios de teología en la Pontificia Universidad Antonianum en la ciudad de Roma. 

LA COMUNIDAD DE SANT’EGIDIO

En Roma se encuentra un viejo convento que da nombre a la Comunidad de Sant’ Egidio, que se ha convertido para muchos en sinónimo de diálogo, diplomacia y trabajo por la paz. Pero Sant’Egidio significa sobre todo la amistad con los pobres, con los niños de las colonias marginadas, con los que viven en la calle, los inmigrantes, los enfermos de sida, los desesperados. 

La Comunidad de Sant’Egidio es una asociación pública de laicos de la iglesia católica que se basa en la primacía del Evangelio y del servicio a los más pobres. Sant’Egidio representa una manera no resignada de ser cristiano. “No se han puesto ningún limite sino el de la caridad” Una frase del papa Juan Pablo II, pronunciada en Sant’Egidio por el 25° aniversariode la comunidad en 1993. 

¿Cómo nació? 

La Comunidad de Sant'Egidio nació en Roma en 1968, por iniciativa de un joven que tenía entonces menos de veinte años, Andrea Riccardi. Comenzó reuniendo a un grupo de estudiantes de bachillerato para escuchar y poner en práctica el Evangelio. La primera comunidad cristiana de los Hechos de los Apóstoles y Francisco de Asís fueron los primeros puntos de referencia. 

El pequeño grupo comenzó enseguida a ir a la periferia romana, entre las chabolas que rodeaban a la Roma de aquel tiempo, donde vivían muchos pobres, y comenzaron así a dar clases a los niños por la tarde: era la Escuela Popular (que hoy se llama Escuela de la Paz en muchos sitios del mundo). 

Desde aquel momento la comunidad ha crecido mucho, y hoy se encuentra en más de 70 países del mundo de 4 continentes. Igualmente el número de miembros de la comunidad crece constantemente: hoy son unos 50.000. Sin embargo, es bastante difícil calcular el número de todos los que se unen de diversas maneras a las actividades del servicio de la comunidad, y de todos aquellos que colaboran de forma estable y significativa al servicio de los más pobres y en las otras actividades desarrolladas por Sant'Egidio sin que formen parte en sentido estricto. 

La oración 

La primera "obra" de la Comunidad de Sant'Egidio es la oración, la invitación a convertirse y a dejar de vivir solo para uno mismo, y a comenzar, con libertad, a ser instrumentos de un amor más grande para todos, a hombres y mujeres, y sobre todo a los más pobres. Escuchar y vivir la Palabra de Dios como la cosa más importante de la propia vida quiere decir aceptar no seguirse a uno mismo, sino a Jesús. 

A todos los miembros de la comunidad se les pide también encontrar un espacio significativo en la propia vida para la oración personal y para la lectura de las Escrituras, comenzando desde el Evangelio. 

Comunicar el Evangelio 

La segunda "obra" de la comunidad, su segundo pilar, es la comunicación del Evangelio. Es el Evangelio mismo, es decir, la buena noticia que compartir con los demás, el tesoro precioso, la lámpara que no se puede esconder. El Evangelio no es patrimonio exclusivo, sino que es una responsabilidad más para los miembros de la comunidad, llamados a comunicarlo. En la experiencia de Sant'Egidio ser discípulos y vivir y comunicar la Palabra de Dios son sinónimos. Se trata de una experiencia de alegría y fiesta, como en el Evangelio de Lucas cuando los setenta y dos discípulos volvieron contentos diciendo: "Señor, incluso los demonios se nos someten en tu nombre" (Lc 10,17). Esta es la experiencia de todo discípulo y de cada miembro de la Comunidad de Sant'Egidio que, durante estos anos, ha vivido una "fraternidad misionera" en muchas partes del mundo. 

Comunidad sin fronteras y muros 

La amistad entre las personas de culturas y naciones diferentes es el modo cotidiano con el que se expresa esta fraternidad internacional que es al mismo tiempo apertura al mundo y pertenencia a una única familia de discípulos. 

En un mundo que al final del segundo milenio exalta las fronteras y las diferencias nacionales y culturales, incluso hasta hacer de esto un motivo antiguo y nuevo de conflicto, las comunidades de Sant'Egidio testimonian la existencia de un destino común no solo para los cristianos, sino para todos los hombres. 

Amistad con los pobres

La tercera "obra" característica de Sant'Egidio, auténtico pilar y compromiso cotidiano desde los comienzos, es el servicio a los más pobres, vivido como una amistad. 

Como se lee en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo, esta amistad se ha incrementado con otros pobres: minusválidos físicos y psíquicos, personas sin hogar, inmigrantes, enfermos terminales. También se ha llegado a otras situaciones: cárceles, asilos de ancianos, campamentos de gitanos, campos de refugiados. A lo largo de estos años se ha desarrollado una amistad hacia otros tipos de pobreza, vieja y nueva o emergente, como en pobrezas no tradicionales tales como la que se da en muchos países europeos en los ancianos solos, también cuando no tienen excesivos problemás económicos. 

Sant'Egidio se identifica con sus hermanos más pequeños y con todos los pobres, sin excepción, que por esto son los familiares de la comunidad con pleno derecho. 

El servicio a la paz y a la humanización del mundo 

La amistad con los pobres ha conducido a Sant'Egidio a comprender aún más que la guerra es la madre de todas las pobrezas. Y así, el amor a los pobres en muchas situaciones, ha implicado trabajar por la paz, para proteger la vida cuando se ve amenazada, para ayudar a reconstruirla, facilitando el dialogo allí donde no existe. Los medios de este servicio a la paz y a la reconciliación son los medios pobres de la oración, la palabra, la participación de las situaciones difíciles, el encuentro, el diálogo. Incluso cuando no se puede trabajar por la paz, la comunidad intenta conseguir la solidaridad y la ayuda humanitaria para las poblaciones civiles que sufren a causa de la guerra. 

Quizás estos son los aspectos más conocidos de Sant'Egidio, de los que hablan los medios de comunicación, sin poner a menudo de relieve la continuidad en la ayuda a los pobres -algo presente en la comunidad desde sus comienzos- y las raíces evangélicas. Algunos miembros de la comunidad han sido facilitadores o mediadores en conflictos fratricidas que han durado más de diez años, como en Mozambique, o más de treinta, como en Guatemala. África esta herida por las guerras, como los Balcanes, y por ello son el centro de las preocupaciones y los esfuerzos de Sant'Egidio. A través de estas experiencias ha crecido la confianza de Sant'Egidio en la "fuerza débil" de la oración y en el poder del cambio de la no violencia y la persuasión. Estos son aspectos de la vida del mismo Señor Jesús que el vivió hasta el final.

 

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A LA COMUNIDAD DE SAN EGIDIO Basílica de Santa María en Trastévere Domingo 15 de junio de 2014 

Queridos amigos: 

Vengo a visitar a la Comunidad de San Egidio aquí en el Trastévere, donde nació. ¡Gracias por vuestra calurosa acogida! 

Estamos reunidos aquí en torno a Cristo que, desde lo alto del mosaico, nos mira con ojos tiernos y profundos, juntamente con la Virgen María, que rodea con su brazo. Esta antigua basílica se ha convertido en lugar de oración cotidiana para muchos romanos y peregrinos. Rezar en el centro de la ciudad no quiere decir olvidar las periferias humanas y urbanas. Significa escuchar y acoger aquí el Evangelio del amor para ir al encuentro de los hermanos y hermanas en las periferias de la ciudad y del mundo. 

Cada iglesia, cada comunidad, está llamada a esto en la vida agitada y a veces confusa de la ciudad. Todo comienza con la plegaria. La oración preserva al hombre anónimo de la ciudad de las tentaciones que pueden ser también las nuestras: el protagonismo por el cual todo gira en torno a sí, la indiferencia, el victimismo. La oración es la primera obra de vuestra Comunidad, y consiste en escuchar la Palabra de Dios —este pan, el pan que nos da fuerza, que nos hace seguir adelante— pero también en dirigir los ojos a Él, como en esta basílica: «Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará», dice el Salmo (34, 6). 

Quien contempla al Señor, ve a los demás. También vosotros habéis aprendido a ver a los demás, en especial a los más pobres; y os deseo que viváis lo que ha dicho el profesor Riccardi, que entre vosotros se confunde quien ayuda y quien es ayudado. Una tensión que lentamente cesa de ser tensión para convertirse en encuentro, abrazo: se confunde quien ayuda y quien recibe ayuda. ¿Quién es el protagonista? Los dos, o, mejor dicho, el abrazo. 

En los pobres está presente Jesús, que se identifica con ellos. San Juan Crisóstomo escribió: «El Señor se acerca a ti con actitud de necesitado...» (In Matthaeum Homil. lXVI, 3: pg 58, 629). Sois y seguís siendo una Comunidad con los pobres. Veo entre vosotros también a muchos ancianos. 

Me alegra que seáis sus amigos y estéis cerca de ellos. El trato a los ancianos, así como el que se da a los niños, es un indicador para ver la calidad de una sociedad. 

Cuando los ancianos son descartados, cuando los ancianos son aislados y a veces se apagan sin afecto, es una mala señal. Cuán buena es, en cambio, esa alianza que veo aquí entre jóvenes y ancianos donde todos reciben y dan.

Los ancianos y su oración son una riqueza para San Egidio. Un pueblo que no cuida a sus ancianos, que no se preocupa de sus jóvenes, es un pueblo sin futuro, un pueblo sin esperanza. Porque los jóvenes —los niños, los jóvenes— y los ancianos llevan adelante la historia. Los niños, los jóvenes, con su fuerza biológica, es justo. Los ancianos, dándoles la memoria. Pero cuando una sociedad pierde la memoria, se acaba, se acaba. Es malo ver una sociedad, un pueblo, una cultura que ha perdido la memoria. La abuela de noventa años que ha hablado —¡muy bien!— nos ha dicho que existe este recurso del descarte, esta cultura del descarte. Para mantener un equilibrio así, donde en el centro de la economía mundial no están el hombre y la mujer, sino que está el ídolo del dinero, es necesario descartar cosas. Se descartan los niños: nada de niños. Pensemos sólo en la tasa de crecimiento de los niños en Europa: en Italia, España, Francia... Y se descartan los ancianos, con actitudes detrás de las cuales hay una eutanasia oculta, una forma de eutanasia. No sirven, y lo que no sirve se descarta. Lo que no produce se descarta. Y hoy la crisis es tan grande que se descartan a los jóvenes: cuando pensamos en esos 75 millones de jóvenes de 25 años para abajo, que son «ni-ni»: ni trabajo, ni estudio. No tienen nada. Sucede hoy, en esta Europa cansada, como lo ha dicho usted. En esta Europa que se ha cansado; no ha envejecido, no, está cansada. No sabe qué hacer. Un amigo mío me hacía una pregunta, hace tiempo: por qué yo no hablo de Europa. Y le tendí una trampa, le dije: «¿Usted me ha oído cuando he hablado de Asia?», y se dio cuenta de que era una trampa. Hoy hablo de Europa. La Europa que está cansada. Debemos ayudarle a rejuvenecer, a encontrar sus raíces. Es verdad: ha renegado de sus raíces. Es verdad. Pero debemos ayudarle a volver a encontrarlas. 

Desde los pobres y los ancianos se empieza a cambiar la sociedad. Jesús dijo de sí mismo: «La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular» (Mt 21, 42). También los pobres son en cierto sentido «la piedra angular» para la construcción de la sociedad. Hoy, lamentablemente, una economía especulativa los hace cada vez más pobres, privándolos de lo esencial, como la casa y el trabajo. ¡Es inaceptable! Quien vive la solidaridad no lo acepta y actúa. Y a esta palabra «solidaridad» muchos quieren quitarla del diccionario, porque a una cierta cultura le parece una palabrota. ¡No! La solidaridad es una palabra cristiana. Y por esto sois familia de los que no tienen casa, amigos de las personas con discapacidad, que, al ser amados, expresan tanta humanidad. Veo aquí, además, a muchos «nuevos europeos», inmigrantes llegados después de viajes dolorosos y peligrosos. La Comunidad los acoge con atención y muestra que el extranjero es un hermano nuestro a quien hay que conocer y ayudar. Y esto nos rejuvenece. 

Desde aquí, desde Santa María en Trastévere, dirijo mi saludo a quienes participan en vuestra comunidad en otros países del mundo. Aliento también a ellos a ser amigos de

Dios, de los pobres y de la paz: quien vive así encontrará bendición en la vida y será bendición para los demás. 

En algunos países que sufren por la guerra, vosotros tratáis de mantener viva la esperanza de la paz. Trabajar por la paz no da resultados rápidos, pero es una obra de artesanos pacientes, que buscan lo que une y dejan de lado lo que divide, como decía san Juan XXIII. 

Es necesario más oración y más diálogo: esto es necesario. El mundo se ahoga sin diálogo. Pero el diálogo es posible sólo a partir de la propia identidad. Yo no puedo aparentar tener otra identidad para dialogar. No, no se puede dialogar así. Yo tengo esta identidad, pero dialogo, porque soy persona, porque soy hombre, soy mujer; y el hombre y la mujer tienen esta posibilidad de dialogar sin negociar la propia identidad. El mundo se ahoga sin diálogo: por ello también vosotros dad vuestra aportación para promover la amistad entre las religiones. 

Seguid adelante por este camino: plegaria, pobres y paz. Y caminando así ayudáis a hacer crecer la compasión en el corazón de la sociedad —que es la verdadera revolución, la de la compasión y de la ternura—, a hacer crecer la amistad en lugar de los fantasmas de la enemistad y de la indiferencia. 

Que el Señor Jesús, que desde lo alto del mosaico abraza a su Santísima Madre, os sostenga siempre y os abrace a todos junto con ella en su misericordia. La necesitamos, la necesitamos mucho. Este es el tiempo de la misericordia. Rezo por vosotros, y vosotros rezad por mí. Gracias. 

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El papa Francisco a Sant’Egidio: “¡Continuad por este camino: 

oración, pobres y paz!”